Las violencias en la sociedad
Josep Esteve Rico Sogorb
En la
actual situación de cualquier violencia y más en la doméstica o de género
—habría que globalizar de forma integral aludiendo al plural «géneros»
incluyendo a la minoritaria violencia contra el hombre— se ha encendido la
alarma. La luz roja indica que algo muy grave sucede.
Cuando
hemos arribado a tal extremo, es que algo no va bien en esta monstruosa y
hostil sociedad cuya «salud» psíquica parece no estar muy cuerda que digamos.
Hemos pasado brusca y radicalmente de la antaño ausencia de casos porque se
callaban y ocultaban, a la actual masificación de delitos —incluyendo muertes—
y denuncias.
Perjudicial fue lo de antes y
perjudicial es lo de hoy. Y tan «enferma» estuvo la sociedad del pasado siglo
como lo está nuestra sociedad. Sociedad hostil y exageradamente competitiva que
genera violencia per se.
Violencia verbal, física, moral, medioambiental, psicológica que se manifiesta
en todos los sectores y en todos los lugares del mundo.
En los
deportes, en las aulas, en los hogares, en las calles, en las empresas, en
foros políticos, en Internet; por doquier. Entre niños y entre adultos. Entre
sexos. Contra animales. Y contra todo. Fiel reflejo en la sociedad, de la
imperfección, de la degradación ético-moral del ser humano.
Quizá ya
no sirva la colectividad, lo social. Tal vez cabría cultivar el individualismo
desde un nuevo humanismo donde se busque la superación y el crecimiento de la
persona, del ser.
Es
urgente y necesario que políticos, gobernantes, profesionales, expertos,
fuerzas de seguridad, legisladores, víctimas y agresores; se sienten todos
juntos una vez más para analizar la situación actual y poner freno a la
masificada violencia de género y de géneros.
Porque,
una sociedad destacadamente violenta es signo de pobreza moral, no encara
adecuadamente su futuro, camina hacia su autodestructiva degradación y supone
una negativa herencia a sus próximas generaciones.
De todo
el Estado Español, Canarias, Ceuta y Melilla son las más afectadas. El problema
no les es ajeno ni extraño. Por desgracia Ceuta lidera el ranking estatal de
delitos por violencia sexual con 45 casos, suponiendo el 85 por ciento de la
totalidad. Sus juzgados están saturados de denuncias por violencia doméstica y
sus comisarías tienen demasiado trabajo. Aunque insuficiente pero necesario, el
reciente convenio Colegio Abogados-Consejería Bienestar Social con la
aplicación de medidas urgentes, es un paso adelante.
En el
resto de España también han aumentado aunque quizá en menor nivel, toda clase
de violencias, siguiendo la tónica general. Al parecer, el exagerado aumento de
las violencias está relacionado con la incultura, con la delincuencia, con la
inmigración ilegal, con los barrios marginales y pobres. Esto no justifica el
racismo ni la xenofobia, ni todos los inmigrantes son violentos ni
delincuentes. Es cierto que se dan casos —aunque minoritarios— en el sector de
la población no marginal, con estudios y medios económicos.
Habría
que hacer profundos estudios sociológicos de toda la población española
pormenorizados y detallados por zonas, para descubrir qué factores generan la
violencia y por qué ésta se desata tan exageradamente y así poder aplicar
soluciones adecuadas.
Pero
tenemos un debate sobre las consecuencias de la ley de Violencia de Género
entre afectados —de ambos sexos y variadas edades— técnicos, especialistas
profesionales, políticos y administraciones públicas. Parece que unas partes
implicadas demandan una ley integral —consideran insuficiente y parcial la
actual legislación— y otras, las minoritarias —violencia contra el hombre— en
lugar de globalizar, piden que su caso sea reconocido mediante una norma específica
o como mínimo dentro de una nueva ley integral que recoja todos los casos y
ampare a ambos sexos.
Sea lo
que sea, deberían ponerse de acuerdo. Todas las violencias, las mayoritarias y
las minoritarias deben estar recogidas en el texto de una nueva ley general e
integradora, sin discriminaciones.
El tema,
muy importante, así lo requiere. Estamos ante un mal a erradicar en pleno siglo
XXI. Un mal tan importante como lo son el sida, el paro o el terrorismo.