En general, coincido casi totalmente con las conclusiones que
sobre la violencia escolar ha reflejado Santiago Ramirez en su tesis
doctoral desde el Departamento de Psicología Evolutiva y de la Educación
de la Facultad de Humanidades. Y digo casi, porque la perfección a la
totalidad no existe. De tal estudio se deduce que la situación se ha
agravado y continúa empeorando.
Aunque no soy pesimista ni catastrofista, del recrudecimiento en el
problema, ya alerté tiempo atrás en varios artículos en los que
reflexionaba sobre la violencia en las aulas o fuera de ellas, bien
dentro de los centros de estudio o incluso en las inmediaciones y sobre
cualesquiera de las formas de violencia: verbal, física, psicológica...
Lo grave es que, en Ceuta -al igual que en el resto del Estado
Español y sobrepasando el índice estatal del 55% - actualmente, un 57'6 %
de los escolares sufre algún tipo de violencia.
La tesis de Ramírez considera que la mitad de los estudiantes ha
sufrido al menos un hecho violento durante el reciente curso, ya sea
corporal, oral o psíquico. Esto demuestra que algo está fallando en el
sistema. Y no falla sólo la Educación y la Enseñanza sino también la
familia, el entorno...la sociedad en si.
Que un 7'4 % de escolares reconozca ser victimas de un severo
maltrato, continuado y diario, calificado de intimidación y acoso; es
realmente fustrante y desesperanzador como problema social. Para ellos
será humillante admitirlo aunque algunos lo intenten esconder, ocultar u
olvidar por temor a represalias o por considerarlo 'normal'.
Que un 7'6 % asegure haber recibido agresiones varias veces aunque
no diarias, no le quita hierro al asunto ni lo suaviza. Es tan grave
como el anterior caso. Y si el restante 42' 6 % manifiesta que alguna
vez esporádica y aislada sufrió un maltrato...no se salva nadie. No hay
un solo escolar 'inmaculado', sin tocar. Doblemente grave.
Los tipos de agresiones en violencia escolar son múltiples y
variados pero la 'palma' se la lleva el maltrato verbal con los
ofensivos insultos en primer lugar y después con los degradantes motes o
apodos despectivos. La palabra, sobre la persona, tiene una fuerza
impresionante. Según su naturaleza -insultante o gratificante- puede
hundir o animar moralmente, puede hacer daño o mucho bien a quien la oye
y recibe. Un insulto esporádico deja momentáneamente 'tocado' a su
receptor aunque se supera, pero si resulta continuado y repetitivo,
puede causar variados trastornos de personalidad y daños psicológicos
que oscilarían entre la baja autoestima, temores, depresiones, etcétera.
Todo ésto, son consecuencias del ataque con la palabra destructiva,
pero cuando de la palabras se pasa a hechos tales como robos y palizas,
exclusión social -de evidentes insolidaridad, discriminación,
marginación y deshumanización- y amenazas; la situación es mucho más
grave y seria a tenor de ese 17 '6% porcentual en la casuística.
De tanto en tanto, alguien sobrepasa el limite de lo tolerado y
suceden hechos físicos extremos y delictivos entre escolares o entre
alumnos y profesores. Hechos que acaban en hospital, en comisaría y
juzgado o en el tanatario. Y ya saben a que tipos de casos me refiero.
En Ceuta, como en el resto de España, la violencia escolar no se
reproduce exactamente igual en todos los centros de enseñanza. La
ubicación o zona, el entorno de los aledaños, la idiosincrasia de la
barriada -nivel económico y cultural- donde estén el colegio o el
instituto, el perfil socio-educativo-psicológico de alumnos, padres y
profesores e incluso de los vecinos asi como la propia personalidad y el
propio régimen de cada centro; son causas o matices que determinan y
personalizan e influyen para que la violencia escolar varíe según cada
dentro y cada barrio.
En la zona céntrica, de mayores economía y nivel cultural pero
también más vigiladas y controladas policialmente, los casos violentos
son inferiores -37, 6%- que en las emprobrecidas, deficitarias y
marginales barriadas periféricas del extrarradio -como la de 'Principe
Alfonso'- donde se produce el 55 por ciento del maltrato escolar.
Resulta paradójico y lamentable en Ceuta -no es positivo ni ayuda a
reducir la violencia en la enseñanza- que el porcentaje de los
estudiantes agresores -38'2%- que admite haber maltratado a un compañero
sea tan mínimo descendiendo al 30'5% en aquellos que reconoce una
agresión ocasional. Al parecer no se les remuerden las conciencias y tal
vez no sean conscientes de la verdadera y total magnitud del problema
por lo que tienden a minimizar su conducta maltratadora que un residual
4'1 % considera habitual y hasta 'normal'
Pero claro, no todos los agredidos o víctimas, es decir, escolares
que reciben algun tipo de violencia -sea ésta esporádica o repetitiva- y
que suponen un 6'4 %; callan y aguantan sin responder a las agresiones
de ese 3'1 % de atacantes. Los hay que responden, con lo cual la víctima
que se convierte en agresor y también se dualiza su papel
transformándose en 'victima-agresor' o en 'agresor victimizado' que
recibe y al mismo tiempo agrede diariamente, suponiendo en este caso, un
10'5 % el porcentaje de escolares en acoso severo.
La escalada paulatina de violencia por no dejar agresión sin
respuesta, por responder a cada agresión y por no tolerar, no callar ni
aguantar; nos debe hacer reflexionar sobre el problema y reconocer que
la sociedad está 'enferma' y que falla desde lo más básico: la familia.
Urge lograr la unificación y la acción conjunta de todos los
implicados en el problema: profesores, padres, alumnos, profesionales,
medios de comunicación y administraciones. Sin fisuras.
Una sociedad violenta camina sin futuro hacia su autodestrucción. Pongamos remedio. Aún es posible.
Josep Esteve Rico Sogorb